Ensayos
NADIE PUEDE CONTARNOS LA MUERTE DE DIOS

NADIE PUEDE CONTARNOS LA MUERTE DE DIOS

Maradona sobrevuela Tribunales pero el juicio, en sí mismo, no nos tiene tan en vilo. Aunque en la trama florezcan formatos comercializables, hacemos como que no existe. 

Que haya un juicio por la muerte de Diego nos hace acordar que Maradona murió. Es casi una función social: podríamos no darnos cuenta de semejante ausencia, Diego sigue en todos lados. Paredes, recuerdos, fotos. Corazones. 

La definición de juicio, de hecho, implica de manera intrínseca dilucidar lo que pasó de lo que no. Maradona murió: por eso vemos poco el juicio. O no nos interesa, porque su presencia es inmortal, o nos recuerda los días de cólera sin solución. Dios ha muerto y la ratificación formal de ese asunto nos genera más sinsabores que los deseos que podría construir en nosotros el afán de la justicia. 

El fenómeno introduce una contradicción: mientras que están todos los condimentos para investigaciones rimbombantes y espectacularizaciones chimenteras, el juicio al mejor deportista, el más narrado y más mediático de todos los tiempos no tiene mucho lugar en los debates de la esfera pública. Nadie puede contarnos la muerte de dios. 

El juicio comenzó la semana del 10 de marzo y hubo mucha, pero mucha más gente recordando al Maradona que dijo “hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados” en la marcha en la que los hinchas apoyaron a los abuelos el miércoles 12 que dando vueltas por Tribunales. Vaya si tuvo juicios espectacularizados la historia argentina: desde García Belsunse hasta el último, protagonizado por los mal llamados rugbiers que dejaron sin vida en Villa Gesell a Fernando Báez Sosa. Pero Maradona sobrevuela Tribunales y la vida no cambia.

Matías Colombatti, periodista matinal del canal Gelatina, lo sintetiza en una frase cuando entrevista a Victoria de Masi, la periodista que mejor está investigando el tema: “No se si quiero saber, es el Diego”. 

No es tan sorprendente, o sí, que no haya salido una serie al respecto. 

Serie

Imaginarse la espectacularización de la trama tampoco sería tan complejo, aunque tendría sus dificultades. Podría llamarse algo así como “14 días: la muerte de Maradona” o algo más poético. La primera definición es si se hace un documental o una serie: la primera es mucho más aceptable (de hecho hay narraciones de este tipo) pero requeriría entrevistas cuya concreción deberían esperar arrepentimientos de años. 

La historia podría partir de un o una periodista cubriendo el juicio (De Masi hace un trabajo espectacular) o de algún fiscal o incluso un foco plenamente omnisciente. Lo complicado sería volver al clima de pandemia: encierro, viejos presidentes con filminas, penuria y aislamiento que llevó al crecimiento de las comunidades virtuales. 

La clave pasaría por los personajes. Hay que buscar actores siniestros para Matías Morla y Víctor Stinfale. Sin dar nombres, los kías, que sabían y estaban al tanto de todo, tienen que combinar la sabia capacidad de estar en los lugares indicados con la indignación humana y futbolera. Vale agregar una pizca (más grande o más chica, según la interpretación del guionista) de mafia. 

Leopoldo Luque debería cambiar entre el sonriente amigo de Diego y el médico nervioso, con torso cambiado de físicoculturista que se nota que lleva tras los hombros un estigma imperdonable pero porque él mismo no se lo perdona, no se sabe si por amor o por conveniencia. El cambio de aspecto lo facilita: pueden hacerlo dos actores distintos, que construyan diferentes guiones, perfiles y sentimientos. Algunas escenas son clave: la falsificación de la firma de Diego, si es que el director considera que la hizo, y el enojo del registro cuando llega al juicio.

La música debería ser algo tenue: ni Ciro, ni Rodrigo. Algo más Manu Chao con Santiago Motorizado. Habría que buscar un buen nombre de reemplazo del barrio privado San Andrés, por cuestiones legales. 

Fernando Burlando es un personaje en sí mismo: fácil. Seguramente a Carlos Díaz, acompañante y sugerente de medicación que llegó a Diego por Matías Morla y a Agustina Cosachov, psiquiatra que medicó a Diego, haya que buscarles nombres alternativos por los derechos de copyright y esas cosas. 

Julio Coria, custodio de Diego, que fue detenido en pleno juicio en el marco de la contradicción de sus propias declaraciones, podría no estar, mientras que Gisella Dahiana Madrid, enfermera matinal, y Ricardo Almirón, que va a las audiencias con un barbijo pandémico para evitar registros fotográficos, podrían tener un lugar secundario. 

Se abriría un problema de peso cuando haya que ficcionalizar la historia de Nancy Forlini y de Mariano Perroni, encargados de la importante empresa privada Swiss Medical y de su tercerizada Medicom (medicina domiciliaria), a pesar de que la primera nunca se acercó y solo daba instrucciones por WhatsApp y el segundo coordinaba la acción de los enfermeros. Seguramente, salvo una condena, nadie se acuerde de preguntar si Pedro Di Spagna, médico clínico, siguió o no los informes de Diego. 

La atmósfera debe desarrollar una casa grandilocuente en Benavidez, Tigre, aunque podría el lugar no tener que explicitarse. Podría ni mostrarse a Diego, para evitar malestares, pero habría que hacer alusión a una combinación fascinante de alguien con problemas alcohólicos, cirrosis, edema de pulmón, deterioro neurológico que igual seguía siendo director técnico y diciendo, seguramente, cosas brillantes a pesar de su permanente calentura y fastidio. Según la cotización del dólar, habría que ver si la serie se filma acá o en Uruguay. 

Pero, podemos vaticinar, no se hará, porque no hay comunicación sin receptor. Lo más difícil del relato ficcional sería convencer al que mira de que, lo que mira, efectivamente pasó. Eso implica hacerlo parte, sin soslayar los momentos de lágrimas de un pueblo entero. Es difícil ponerse a ver la muerte de Dios. 

No se modifica

Hoy se dice “fingir demencia”. Ya quisiéramos. Cantamos a Maradona en las canchas. Lo escuchamos y traspasamos su voz cuando marchan los jubilados. Lo recordamos cuando pensamos en Malvinas. 

Yo nunca vi a Maradona físicamente: siempre lo amé. No está, para la mayoría de los que somos maradonianos, ni más ni menos que antes en términos materiales. Lo que necesitamos y podemos tener de Maradona lo tenemos: el juicio nos hace mal o nos recuerda un problema sin solución que, por definición casi tautológica, no es un problema. Es complicado relacionar a una deidad con la muerte: en el Olimpo no había cementerios ni mausoleos ni santuarios. No puede morir quien no vive de manera terrenal. 

¿No es acaso, extraño? Cualquier comportamiento social lo es. Pero el juicio está poco novelado, no tiene tanto lugar en los grandes medios, no dio lugar a movilizaciones de masas. Porque Dios ha muerto y eso ya no se modifica. No necesitamos una serie que nos lo recuerde. 

Autores

Etiquetas :